Cuando un amor se termina… Duelo y pérdida
Pero por más que uno sufra
un rigor que lo atormente,
no debe bajar la frente
nunca, por ningún motivo:
el álamo es más altivo
y gime constantemente.
José Hernández (1834-1886); poeta argentino.
Es imprescindible hacer una aclaración inicial: cuando hablamos de proceso de duelo no nos referimos únicamente al estado emocional que se sufre tras la muerte de un ser amado.
El duelo es un proceso natural que se experimenta a partir de una pérdida significativa. Este proceso involucra lo psíquico, lo físico y lo emocional.
Esta situación de pérdida tiene que ver con el desprendimiento emocional del objeto o situación, por lo cual el proceso de duelo puede darse por la desaparición física de la persona amada (muerte), la finalización de una relación, un objeto o una situación.
No sólo se pierde el objeto amado, sino que se dan conjuntamente pérdidas personales relativas a nuestra construcción de la realidad de la que ese objeto era parte constitutiva (“…extraño cómo me vestía, cómo me preparaba, la grata ansiedad de los viernes, para salir a divertirnos…”). Se duela no solamente a quien se pierde, sino lo que se pierde de uno mismo en esa pérdida.
La persona siente una desazón profundamente dolida, pierde el interés por las cosas y personas que la rodean, pierde la capacidad de amar, experimenta una inhibición de toda productividad, cree que no puede trabajar ni realizar ninguna tarea intelectual, hay una gran desestimación por sí mismo, la persona se siente culpable, se autodenigra y cree ser merecedora del sufrimiento. Hay una entrega incondicional a la memoria del objeto amado.
Duelo y pérdida son términos que están íntimamente relacionados. El proceso de duelo variará según la relevancia de la pérdida. Al ser procesos subjetivos, es imposible estimar un tiempo de duración, por lo que será más o menos largo y más o menos doloroso según la capacidad psíquica que posea la persona para adaptarse a su nueva situación.
Durante el transcurso del duelo, se vivencian distintas etapas emocionales claramente identificables en las personas que pasan por la situación de pérdida de un objeto amado.
La emoción que se experimenta en el duelo inicialmente es negar la situación; este proceso de negación es un mecanismo psíquico defensivo de primera instancia que se da porque nuestro psiquismo se niega a aceptar la pérdida. A esta etapa le sigue el romper las ligazones psíquicas que había con el objeto y a partir de ahí se da la tramitación del duelo que lleva a la aceptación de la pérdida. Un duelo se da por tramitado psíquicamente cuando la persona es capaz de recordar aquello que se perdió sin tener una completa sensación de vacío, de que algo le falta a su propio ser (el vacío provocado por la pérdida se tiene que “completar” con una representación simbólica de lo perdido).
Vale comentar que en toda pérdida importante, el dolor más intenso, ese que desespera, no siempre es causado por la pérdida per se, sino por imaginar cómo hubiera sido la situación actual y la futura con la presencia de lo perdido. Recurriré al filósofo Parménides de Elea, quien desarrolló su trabajo hace unos 2500 años.
Parménides cuenta que tuvo una experiencia (una epifanía; no aclara si fue un sueño, una visión o qué; pero sea como fuere le resultó estremecedora, reveladora, iluminadora; fundamental en su pensamiento filosófico posterior). Dice que fue llevado en un carro tirado por dos yeguas y acompañado por las hijas del sol hasta la presencia de una diosa sin nombre, que le recitó el texto que aparece en su Poema de Parménides.
Habló la diosa y le presentó dos caminos que representan, según ella, las dos maneras únicas de pensar:
Camino 1: «El que es y no es posible que no sea». Este es el camino de la Persuación que acompañana a la Verdad.
Camino 2: «El que no es y es necesario que que no sea». Camino imposible de recorrer, contradictorio, impracticable, inexcrutable debido a que no se puede conocer lo que no es.
Según parece, en base a la inspiración de esa experiencia, Parménides enunció posteriormente su principio de identidad (del que se deduce el principio de no contradicción): «lo que es, es, y lo que no es, no es». Así de simple y obvio, pero Parménides entiende que los mortales olvidamos eso recurrentemente. Confundimos lo que no es con lo que es (y viceversa). Intentar transitar el Camino 2, ese sendero de ignorancia según las enseñanzas de la diosa, que debería ser imposible siquiera de pensarse y de nombrarse, lleva a situaciones que, en realidad, no son más que ilusiones, a la desorientación, a la regresión, a la nada…
Con esta alegoría que entremezcla resumidamente el pensamiento de Parménides con algunos aspectos del duelo, pretendo dar a entender que, por más que parezca evidente, debemos comprender que el camino hipotético de la presencia de lo perdido (de lo que ya no es y no volverá a ser) es un «no-camino», que nos hará malgastar tiempo, nos perderá en la oscuridad de la ilusión y no sólo impedirá que transitemos el “camino de la verdad” (duelo normal), sino que nos sumirá en pesares aún mayores que la verdad misma. ¡Aunque por momentos nos sintamos fuertemente atraídos, hay que huir de esas ilusiones, de esos cantos de sirena que nos llaman hacia la destrucción!
Otro matiz del recorrido incorrecto del duelo consiste en pensar obstinadamente qué hubiera sido si en lugar de aquello se hubiese hecho esto otro, si tal o cual modificación de decisiones o de sucesos pasados hubiesen incidido para torcer un desenlace, y así pueden aparecer culpas tan dañinas como fútiles. ¡Basta, aquí también! «lo que es, es, y lo que no es, no es».
Una persona, sea adulto o niño, puede pasar por varios procesos de duelo en su vida como, por ejemplo, la muerte de una mascota, la muerte de un ser querido, divorcios, pérdidas de empleo, mudanzas, entre muchas otras situaciones.
Cuando el duelo se prolonga más de lo recomendable, según sea la situación, hay que tener cuidado y estar atentos a pedir ayuda, ya que si se pasa la barrera del duelo normal al patológico el precio subjetivo a pagar es muy caro.
Es indispensable saber que en estos procesos la ayuda profesional puede brindar la contención y confianza necesarias para poder hablar del tema agotando la angustia y así poder hacer el sufrimiento soportable, encaminando hacia el pronto desenlace del proceso sin llegar a los extremos patológicos.
No hay que tener miedo ni vergüenza para decir lo que sentimos, tenemos que entender que todos somos sujetos y que todos en algún momento de nuestra vida hemos pasado o vamos a pasar por estas situaciones de dolor agobiante.